La portada me atrajo desde la
estantería y el título me impulsó a girar lo y leer la contraportada:
“Me dejaba echar el ancla. Yo había llegado a los diez años, una maraña
de infancia enmudecida. Diez años era una meta solemne, por primera vez se
escribía la edad con doble cifra. La infancia acaba oficialmente cuando se
añade le primer cero a los años. Acaba, pero no ocurre nada, uno se queda
dentro del mismo cuerpo de crío atascado de los demás veranos, revuelto por
dentro e inmóvil por fuera. Tenía diez años. Para decir la edad, el verbo tener
es el más preciso. Estaba en un cuerpo encapullado y sólo la cabeza intentaba
forzarlo.”
“Los peces no cierran los ojos” es la historia de un hombre que
desde sus 60 años, recuerda su infancia y el verano que pasó en un pueblo junto
al mar cerca de Nápoles cuando tenía 10 años.
De la mano de Erri de Luca,
asistimos al fin de la infancia del protagonista y somos testigos de sus
primeros pasos en el mundo adulto, en el que palabras como amor o justicia,
desconocidas hasta entonces para él, comienzan a tener significado.
“En un cruce nos separamos, soltándonos las manos sin necesidad de más
despedidas. Eva y su esposo, saliendo del jardín, habían vivido ya todo el bien
del mundo. La vida añadida más tarde, lejos de aquel lugar, no fue más que una
divagación.”
Breve novela de recuerdos, de
vivencias, de acontecimientos traumáticos, de reencuentros y despedidas. Con un
lenguaje cargado de lirismo y por medio de unos personajes cargados de fuerza,
Erri de Luca nos presenta el crecimiento entendido como pelea, el final de la
época infantil concebido como ruptura pero también como aprendizaje.
“Nacer y crecer en Nápoles agota el destino: vaya uno a donde vaya, ya
lo ha recibido como dote, mitad lastre, mitad salvoconducto”.
Ha sido la mejor
lectura de este verano. Sin duda.
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