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“Nunca he soportado el olor del té”. Y una vez pronunciada esta frase, se levantó y con la cartera bajo al brazo, salió del bar dejando una taza humeante en la mesa y en el aire, un amargo olor a despedida. No me dejó disculparme ni llegó a llevarse con ella el diario que custodié hasta mi muerte y que había decidió entregarle aquella triste tarde en la que decidió que ya no le importaba lo que ponía.
Martes 13 de Octubre de 1982
Muy interesante e inesperado en su final.
ResponderEliminarQuien no soporta el olor del té, no merece compañía
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