sábado, 26 de febrero de 2011

Debla V



Noche tras noche, Debla asciende los peldaños lentamente, pegada a sus talones, en silencio. Una vez cerrada la puerta, él se descalza y ella, parsimoniosamente, se despoja de su ropa y la deja sobre la cama de donde recoge el clavel, siempre fresco, siempre rojo.

Posa para él, sintiéndose orgullosa de su anatomía e imaginando qué parte de su cuerpo estará pintando él esa noche, de qué tono de rosa coloreará sus senos, con qué pincel contorneará sus caderas y en qué punto se detendrá a contemplarla. No está segura de querer ver el cuadro pero espera que él no deje de pintarla nunca.

Repiten el ritual durante varios días, de noche, en silencio, y con el latente temor en el aire a abandonarse. Una noche, en mitad de su ceremonial, el pintor perturba el silencio y dirigiéndose a ella, comienza a hablarle.

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