miércoles, 23 de febrero de 2011

Debla II


Arrojó el pitillo al suelo empedrado y húmedo de rocío y mientras la punta incandescente se iba apagando, empujó la puerta y con un abrupto gesto, me indicó que entrase. Lo hice sin rechistar, rezando para que el fuerte latido de mi corazón no delatase mi estado de agitación, fruto de la inexperiencia y de mi eterna predisposición a reconsiderar, hasta el último momento, todas mis decisiones.

El portal estaba oscuro y si la culpa tuviese un olor, éste empezaba ya a mezclarse con el de la lejía barata que impregnaba todo el edificio. Lo seguí escaleras arriba, sin poder quitarle la vista de encima y a medida que avanzaba, me arrebujaba más en el chal, temblorosa por la humedad y el miedo, todavía sin saber que al final de las escaleras, me esperaba mi destino.

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