sábado, 9 de octubre de 2010

Comienzos


La primera vez que la vio, ella se acercaba con paso firme, caminando despreocupadamente junto a una amiga con el brazo en cabestrillo. Tenía la mirada escondida y una sonrisa alegre. Se sentaron a su mesa y apenas intercambiaron unas cuantas palabras. Poco a poco, cada tarde, esperaba a que apareciese. A veces lo hacía, otras no.

El aire olía a cenizas de la noche de San Juan y antes de que el verano se hubiese instalado por completo, comenzó el primer baile del cortejo. Eran tardes de ocio y conversación en las que merendaban miradas fugaces y sobre las que se cernía la promesa de un beso que aún estaba por darse. Ella no sabía que ya le gustaba pero él no ocultaba lo mucho que ella le atraía.

Consiguió llevarla en moto por carreteras secundarias, acampar junto a su tienda, robarle el sentido junto a una hoguera y despertarla con un beso casi al amanecer. El quería probar si funcionaba. Ella se temía que lo haría.

Todo era perfecto. En el enamoramiento tonto de los primeros meses, siempre se exhibe la mejor mercancía en el escaparate y se reservan los artículos con tara en el interior para las rebajas. El tiempo pasa, la gente cambia y el amor es eterno, mientras dura.

Hoy poco queda ya del joven aventurero y de la estudiante. Él sigue teniendo moto. Ella sigue aprendiendo.

2 comentarios:

  1. ellos siempre siguen teniendo moto...y nosotras deberíamos aorender a adelantarles con nuestro coche familiar manchado de gasolina y restos de galletas, gusanitos, batido... Ánimo a todas las mujeres, a las que están contentas de serlo y a las que no

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