martes, 19 de abril de 2011

La jungla





El niño cabra es ese ejemplar que entra corriendo en el parque girando la cabeza de un lado a otro y con un solo objetivo en mente: ¿dónde la pego? Generalmente le sigue el padre/madre estatua, que se coloca una esquina donde ni ve ni oye, ni siente ni padece.




El pequeño cáprido corre libre y campa a sus anchas mientras yo, la madre gata, observo atenta a Simba, que ajeno a mis inquietudes, se divierte en uno de sus famosos bucles. Sube y baja del “tobobán”, escalera, pasarela, rampa y vuelta a empezar, una y otra vez, hasta que se cansa y decide jugar con los cacharritos de la playa que había dejado en la arena…



Los tiene el niño cabra. Todos. A mi cachorro, que no le cuesta nada compartir, se le ocurre decirle dulcemente: “Por favor, ¿me dejas la pala un momentito?". La gata ronronea orgullosa por ese “por favor” pero el niño cabra responde con un rotundo "NO", mientras agarra con fuerza todos los juguetes. La leona golpea el pecho de la gata para que haga algo. La gata, la ignora: hay que dejar que los niños se entiendan entre ellos. Pero no puede evitar que se le erice el vello del cuello…



El cachorro viene hacia mí y me dice que la cabra no le deja sus juguetes, al borde del llanto… Le digo que no se enfade y que le pida uno. Mientras se aleja, observo la jugada, temerosa, y preparada para intervenir si es necesario, mientras la lucha interior gata-leona aumenta su intensidad.



El padre/madre estatua sigue desarrollando la misma actividad desde que llegó: hace sombra. Mi cachorro se acerca a la cabra y echándole la mano a la pala, se la vuelve a pedir. Esta vez recibe un "FUERA NIÑO", alto y claro, y además, le arroja un puñado de arena a mi pobre cachorro. Simba viene hacia mí, llorando desconsoladamente, justo a tiempo para ver cómo la leona aparta a la mansa gatita de un zarpazo y se aproxima a la cabra apresuradamente.



Una cosa es no intervenir y dejar que arreglen sus diferencias y otra muy distinta es que Simba me pida ayuda y me quede de brazos cruzados. Lo de compartir está genial pero o se lo explicas a la cabra o a su padre/madre estatua. Mientras tanto, dame esa pala, niño cabra, que encima de no dejársela a su legítimo dueño, vas y atacas. Dámela YA y vete a pastar por ahí, BONITO.



Lo más justo es lo más sensato y aunque tal vez no haga bien sacando a Simba de apuros, esa valoración se la dejo hacer al padre/madre estatua, que ha vuelto a la vida y me mira con cara de "asivasaeducarmuybienatuhijo". El parque es un lugar estupendo para divertirse, ejercitarse y aprender a resolver pequeños conflictos. Pero es la jungla y sólo sobreviven los más fuertes, si es necesario, con la ayuda de una leona, por supuesto.


5 comentarios:

  1. y si mamá leona prefiere no intervenir, su tía la hiena tiene las uñas MUY afiladas. Ya se encargará de darle un chupachup delante del niño cabra para que se muera de envidia. Las hienas somos así, no tenemos compasión de las cabras. Nos las zampamos y tan a gusto.

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  2. ¡¡Ja ja ja que bueno por favor¡¡ me he sentido muy identificada...Mi mayor y mi pequeña simba, reclamaban sus cosas muy educadamente, pero si no se las daban sacaban su vena "salvaje" y se las quitaban al niño cabra, pero en cambio a mi segunda, la mama gata-leona le tiene que echar una manita...

    Besos

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  3. Muy bueno si señor, aqui otra madre leona te apoya, totalmente de acuerdo con tia hiena, que disfruta especialmente cuando el niño cabra chilla y patalea para desesperacion de su madre porque al simba le dan premio y a el por saco

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  4. genial post!! Por todas las mamas leonas...

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  5. El símil es fantástico y divertido, pero qué tensión se respira…
    La selva está en todas partes: en la carretera, en el estadio, en la oficina, en el parque... El peligro acecha y las más de las veces nos pilla solos. Hay que aprender a sobrevivir, no queda otra. Lo primero que aprenden los cachorros en la jungla es que algunos animales son más animales que otros. En algún momento Simba caerá en la cuenta de que tiene que estar más pendiente de sus ‘propiedades’ y de sí mismo. Es la parte positiva de esta experiencia, porque, nos guste o no, el civismo es artificial y sólo funciona bajo coerción. ¿Qué hacer cuando el cachorro vuelve del colegio y nos cuenta que Carlitos y dos más le han dado una samanta? La solución depende del tipo de bicho que cada uno tiene dentro.

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