viernes, 8 de abril de 2011

La hija del librero



Laura Bianchi. Fue lo primero que supe de ella por la chapa que la identificaba como auxiliar de la biblioteca del barrio. De su padre, Leonardo, había heredado el acento porteño, el amor por los libros y una innata habilidad para entablar conversación con cualquier extraño.

De su madre, Celina Alvarado, tenía la descarada boca, y unos grandes dientes blancos colocados en fila, como esperando a pasar revista.

Como tantas historias de amor, la suya empezó en el colectivo. Celina lo esperaba cada mañana para dirigirse a la escuela donde ejercía de maestra. Leonardo la veía subir, aferrada con ambas manos al asa de su bolso como si tuviera miedo a caerse. Cuando llegaba a su parada, Leonardo rechinaba los dientes y con el corazón encogido, contaba las horas que faltaban para verla de nuevo. Un día no se resistió y bajó tras ella. A los dos meses estaban casados.

Celina pasó sin muchos sobresaltos de hija a esposa y aunque la maternidad no dejó en ella más huella que la puramente física, sorprendió a todos los que la conocían fugándose un domingo de verano con un vendedor ambulante de elixires contra el mal aliento. Nunca volvieron a verla.

Tras una accidentada travesía de 38 días, 4 borracheras y 2 desvanecimientos en cubierta, un asustado Leonardo de 29 años, pisó por primera vez el puerto de Barcelona. En una mano llevaba una vieja maleta atada con una cuerda. En la otra sostenía la delgadez de su hija, cuyos ojos saltones buscaban asombrados algún pronóstico favorable para su nueva vida. Soltó a su padre y bajó la pasarela corriendo, como si no pudiera esperar a empezar de nuevo. Leonardo descendió tras ella con el corazón acelerado, preguntándose cuánto les durarían los pesos que llevaba escondidos en su calcetín raído que tantas veces habría de zurcir. Ahogó la náusea que le produjo el olor a pescado podrido, a almas perdidas y a su propio sudor y como un niño chico, rompió a llorar. Atrás dejaba su país y su vergüenza. Por delante, Laura y su sueño: abrir una librería. Llovía sin parar y a Leonardo aquella mañana de Marzo le pareció terriblemente hermosa.


Laura Bianchi. Así se llamaba la chica de la biblioteca. Tenía los ojos saltones, las manos delgadas y la boca, descarada. No estoy seguro de que todo lo demás sucediese como lo cuento. O tal vez sí.

6 comentarios:

  1. qué bonito relato...

    Me los imagino en el puerto levantando la cabeza ante una ciudad preciosa.

    ¿Y qué mejor sitio que Barcelona para abrir una librería?

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  2. ¡Que bonito por favor¡.Nos hemos quedado con ganas de más.
    Bs

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  3. <<… En la otra sostenía la delgadez de su hija… >>
    Qué potente suena esto.
    Creo que, en la relación con el hijo, el padre asume el papel de segundón porque sabe que es la biología evolutiva la que impone el orden. El bebé lo percibe, el padre se hace insensible y así cumple su rol de tipo duro que marca los límites. La naturaleza es lo que tiene…
    En Leonardo se da una de esas raras excepciones en que un padre tiene que hacer también de madre. Ningún padre está preparado ni mentalizado para afrontar una situación así. Pero si ocurre, su estatus familiar cambia directamente de adjunto a presidencia a presidente ejecutivo. Y eso no se paga con dinero, sobre todo si las cosas salen bien. Como creo que así ha sido en el caso de Laura Bianchi.
    He reparado en este detalle porque yo también “por mi hija mato”, y porque lo más normal es que hubiera sido Leonardo, y no Celina, la rana que se cambia de estanque abandonando a la niña. Y porque esta es la subtrama que más me gustaría conocer de entre todas las historias de esta historia.
    Por cierto, Leonardo se avergüenza de su vergüenza, pero no se avergüenza por llorar en presencia de su hija. Ahora también es dueño del dolor y lo administra como le da la gana, que para eso es presidente ejecutivo.

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  4. me alegra mucho conocer tu blog, me ha encantadoo!

    besitos

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  5. Que relato tan bonito, no conocia tu blog!

    http://twoamclub.blogspot.com/

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