
Hay personas a las que las vidas ajenas sólo les sirven de excusa para contar la suya propia. Gente con nombre y apellidos, hombres y mujeres para los que todas las frases comienzan con la palabra “yo” y que rematan la mayoría de las conversaciones con un “Te tengo que dejar, que tengo prisa”.
En algunas ocasiones, el efecto yo-yo pierde temporalmente algo de fuerza y en medio de su verborrea ególatra, nos preguntan de manera condescendiente por algo que pasó hace meses o que nunca llegó a ocurrir. El súbito cambio de perspectiva nos deja perplejos y tras rebuscar en nuestra memoria y balbucear una respuesta a medias, se despiden de manera abrupta de nosotros, dejándonos con la palabra en la boca y la mente ocupada con una relación de datos que en el mejor de los casos, nos importan un bledo.
“A ver si otro día charlamos con más calma”.
Eso, a ver si otro día me cuentas algo, que apenas hablas de tu vida, no te fastidia…
En algunas ocasiones, el efecto yo-yo pierde temporalmente algo de fuerza y en medio de su verborrea ególatra, nos preguntan de manera condescendiente por algo que pasó hace meses o que nunca llegó a ocurrir. El súbito cambio de perspectiva nos deja perplejos y tras rebuscar en nuestra memoria y balbucear una respuesta a medias, se despiden de manera abrupta de nosotros, dejándonos con la palabra en la boca y la mente ocupada con una relación de datos que en el mejor de los casos, nos importan un bledo.
“A ver si otro día charlamos con más calma”.
Eso, a ver si otro día me cuentas algo, que apenas hablas de tu vida, no te fastidia…