Cuando eres adolescente, tus
amigas son tu brújula y estar con ellas a todas horas es tu principal objetivo.
El fin de semana es la única escapatoria posible a la dictadura escolar y
familiar y salir con ellas se convierte en imprescindible. Llega la época
universitaria y sigues saliendo, pero ahora, siempre que puedes y sobre todo,
si estás lejos de casa. Luego te echas novio y las salidas se espacian y las
amigas, ya no son lo único. Si tienes la suerte de conservarlas, empiezas a verlas
menos. Hasta que te casas. Ahí empieza a cambiar el cuento. Te pasas la semana
trabajando y esperando a que llegue sábado para descansar y cada vez pronuncias
con más frecuencia la frase “tenemos que quedar un día todas”. Luego viene los
niños y las cenas de chicas se transforma en comidas rápidas entre semana que
cada vez, se espacian más. El teléfono sustituye a las comidas y un buen día,
sin darte cuenta, a ellas apenas las ves porque los niños empiezan el colegio.
Y se abre un universo distinto.
Comienzas llevando al niño al
colegio y analizando el ambiente, te encuentras rodeada por muchos tipos de
madres (y algún padre).
Yo soy madre chófer. Llego al
colegio, dejo al niño, le doy un beso casi sin mirarlo y me voy corriendo al
trabajo, sin dejar de comprobar en el reloj que voy bien de tiempo. Luego está la madre pitillo, que
va al colegio, deja al niño y cuando sale, se fuma tranquilamente un cigarrillo
antes de subir al coche o emprender el camino de vuelta andando. La madre
nespresso cambia pitillo por café y además ojea la prensa en el bar que hay al
lado del colegio y la deportista, va en chandal y en cuatro el niño traspasa la
puerta, corre al gimnasio.
Todas ellas me parecen
fantásticas y envidiables en mayor o menor grado. Pero las que verdaderamente
me dan miedo y atraen al mismo tiempo son las otras. Las del corro de madres.
No hay ningún colegio que se
precie que no tenga un par de corros de madres notorios. Se juntan a la salida
del colegio, parece que se conocen de toda la vida y te miran con cierta
lástima cuando, corriendo, sales del coche con la gorra de chófer y pasas por
delante de ellas amagando un saludo. Ellas son las veteranas, las que lo mismo
te venden unos polvorones para el viaje de fin de curso de sus hijos, que
recaudan dinero para hacerle un regalo a Sofía, la profe de 2º de Infantil, que
acaba de ser mamá. Intercambian recetas de cocina o muestras de cremas y acto
seguido, bajan el tono para criticar a la madre de Pablo, que nunca saluda.
Siempre son las primeras en enterarse de que vuelve a haber piojos en el cole,
creen que la de inglés manda pocos deberes y dicen que la secretaria, hay que
ver, está muy desmejorada.
Y sin dejar de presumir por los
progresos de sus hijos, también se hacen compañía durante el entrenamiento de
fútbol o se esperan para tomar un café mientras los niños están en la piscina.
Otras veces, se sacan de un apuro entre ellas llevándose a un hijo ajeno a
merendar a su casa mientras su madre aprovecha para ir con el pequeño al
dentista.
Sinceramente, no quiero ser madre
chófer. Quiero llegar al colegio, despedir a mi hijo con un beso bien dado,
tomarme un cafecito y en chandal, marcharme al gimnasio. Pero sobre todo,
quiero tener mi propio corro de madres. Quiero que me pasen la dieta Dukan, me
pregunten dónde he comprado el fular que llevo puesto y comenten conmigo el
capítulo de la Super Nanny de la semana pasada. Sobre todo, quiero que me
entiendan cuando hablo, que no crean que no me organizo bien ni que no hago
nada en todo el día.
Puede parecer que no las has
elegido tú, sino las circunstancias o incluso tus propios hijos, a los que les
encanta que te lleves tan bien con la mamá de X porque así, jugaréis más veces
juntos. La realidad es que ellas ocupan un lugar que quedó vacío entre tu yo-amiga
y tu yo-madre y que sin proponértelo, se han convertido en tus nuevas mejores
amigas. Cuando os juntáis, no os faltan los temas de conversación, los niños lo
pasan estupendamente y se han dado casos en los que los padres, empiezan a
hacer cenas aparte.
Tampoco es necesario haberse
conocido con acné y ortodoncia para hacer buenas migas. Puede que no vayáis a
compartir el mismo tipo de confidencias y por supuesto, cada cosa tiene su edad
y las amigas de siempre, lo seguirán siendo. Pero qué bueno es tener con quién
reírse de lo que ha dicho tu hijo, darle la razón a alguien que defiende la
disciplina en casa o leerse un libro que otra madre te ha recomendado.
Hay veces que lo único que hace
falta para encontrar una compañera de fatigas es pararse un poco más al salir
de clase.