domingo, 31 de octubre de 2010

Alguien desordena estas rosas


Como es domingo y ha dejado de llover, pienso llevar un ramo de rosas a mi tumba. Rosas rojas y blancas, de las que ella cultiva para hacer altares y coronas. La mañana estuvo entristecida por este invierno taciturno y sobrecogedor que me ha puesto a recordar la colina donde la gente del pueblo abandona sus muertos. Es un sitio pelado, sin árboles, barrido apenas por las migajas providenciales que regresan después de que el viento ha pasado. Ahora que dejó de llover y que el sol de mediodía debe haber endurecido el jabón de la cuesta, podría llegar hasta el túmulo en cuyo fondo reposa mi cuerpo de niño, ahora confundido, desmenuzado entre caracoles y raíces.


No has leído mal, no vuelvas atrás para asegurarte de que no estás equivocado. Es otro comienzo inmejorable. Una sola frase y ya estás atrapado. Así arranca mi cuento favorito de Gabriel García Márquez, "Alguien desordena estas rosas", incluido en el libro de relatos "Ojos de Perro Azul" (1952). Sólo le han hecho falta unas cuantas páginas para escribir una historia redonda. Leedla y juradme que no os imagináis cómo es la mujer cuyas piernas cubre el saquito oscuro y las medias rosadas. Os dejo el enlace y mi elección está en la página 43. Espero que hayáis tenido un buen domingo. Y si no ha sido así, aún estáis a tiempo de mejorarlo ;-)


Ojos de Perro Azul

miércoles, 27 de octubre de 2010

Tan solo una idea


Pero es que justamente, una idea es lo que me hace falta.


Te propongo que esa idea me la des tú.


Escribe un comentario o envíame un mail a notieneporqueserhoy@gmail.com y dime de qué quieres que sea el próximo post. Si recibo una respuesta por seguidor, tendré material para varios meses. Y si nunca te has hecho seguidor pero me lees, puede que mañana además de leer, seas tú quien escriba.
Feliz miércoles ;-)

jueves, 21 de octubre de 2010

The Fast and the Furious

Bonito binomio el que conforma una mujer con su coche. Recuerdo que el primer coche que conduje, que me prestaba mi hermano, había que “tirarle del aire”, y la palanca de cambios era, literalmente, una palanca. No tenía cierre automático, ni elevalunas eléctrico, ni luz de freno ni aire acondicionado. Pero cuando me lo dejaba, me sentía mayor e independiente y me entraban ganas de ponerme tacones y pintarme los labios de rojo.

Hoy ya soy mayor, conduzco a diario unos 60 km. y sigo sin saber nada de coches. No me preguntes qué motor tiene, ni de cuánto son las llantas ni nada por el estilo. Me gustó y tiene el maletero grande. Ya está.

Ayer comentaba con una amiga que a pesar de llevar años conduciendo y de no hacerlo mal, hay cosas que se nos escapan. Por ejemplo, con mi anterior vehículo tuve que pasar la ITV y estaba más nerviosa que cuando fui a hacer la selectividad. Encima, embarazada de 8 meses, a los nervios se sumó la movilidad reducida. Vamos, no es excusa para darle al limpia en lugar de a los intermitentes pero creo que coló. De hecho, el chico amablemente se ofreció a meterse él en el coche y así, tenerme quieta un rato…



Otro dato es que nunca repongo combustible en las gasolineras autoservicio. Es más, creo firmemente que deberían estar prohibidas a menos, claro está, que la gasolina fuese más barata. Siempre está libre el surtidor que me queda al lado contrario al de la boca del depósito y me peleo con la manguera para conseguir sacarla del todo, rodear el coche y que entre. Normalmente esta operación hay que repetirla varias veces. Una vez conseguido, me quedo mirando la pantalla como si por arte de magia fuese a poner “ya te pongo yo ahora 40 euros, tranquila”. Encima, a mí nunca se me sujeta el gancho que hace que no tengas que estar agarrando la manguera todo el rato, en tensión. Y finalmente, me resulta totalmente imposible retirar la manguera y que no caiga la puñetera gotita en la carrocería.



Sin embargo, me sigue gustando conducir aunque en el momento que me abrocho el cinturón dejo de ser la Dulce Abril y paso a ser Pelo en Pecho RH+. Por si algún día te cruzas conmigo y voy al volante, debes saber que hay algunas leyes inquebrantables: no metas el morro si quieres que te deje pasar, no me adelantes por la derecha y no te pegues. Ya escogí un modelo de coche y un color un punto macarra y me faltó bien poco para tintarle las lunas traseras. Luego claro, me paro en un semáforo y no suena Mago de Oz sino Miliki. Lo sé, da un poco de pena, pero se puede considerar fusión, ¿o no?

Y a vosotr@s, ¿os gusta conducir? ¿Entendéis de coches?

sábado, 16 de octubre de 2010

Ya empezamos…


Hace un par de semanas, recibí por correo una convocatoria colectiva para hacer una cena otoñal de petardas. Milagrosamente, nos hemos puesto de acuerdo a la primera en la fecha. Eso sí, a partir de ahí, nadie se había manifestado sobre el sitio. Supongo que no queríamos estropearlo tan pronto y saborear un poco más la miel de la concordia. Mentalmente, apostaba por quién sería la valiente que hiciese la propuesta y me preguntaba en qué punto íbamos a estropearlo.

Hoy he recibido otro correo en el que una de mis amigas propone un sitio. Y acto seguido, recibo esta respuesta de otra petarda:

“Por mí cualquier sitio está bien, sólo falta que nos pongamos de acuerdo con la fecha?

¿Lo veis?? Siempre hay alguien disfrutando de viajes astrales… ¡PERO SI ES LO UNICO QUE HABIA QUEDADO CLARO!

jueves, 14 de octubre de 2010

Margarita




Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento.
Margarita, te voy a contar
un cuento.

Este bonito poema de Rubén Darío, que muchos recordaréis, está ahora a nuestro alcance de la mano de la editorial sleepyslaps que nos lo presenta en formato de album ilustrado.

Su reseña dice: “Este libro está dedicado a todos aquellos que, al menos una vez, han sido principitos y princesitas con la mirada ávida de conocimiento, belleza y experiencias. Para que, a través de esa mirada, este mágico poema siga transmitiéndose de padres a hijos y de abuelos a nietos de generación en generación.”



Cuando llegamos a casa, el cielo se oscurece y los músculos comienzan a relajarse, llega la hora de dejar de correr de aquí para allá como zombies y comenzar un bonito viaje nocturno. No se me ocurre una manera mejor de decirle adiós al día y darle la bienvenida a la noche que con una buena historia. Y las cosas buenas, si se comparten, siempre son mejores.

Adela, la madre de Carmen, quería un libro especial para su hija mayor, porque fue su primer bebé, porque le encanta compartir momentos con ella y porque siempre será su princesa. Sé que si lo leen juntas, harán que este poema las una aún más.


Abramos un libro juntos.

Leamos.

Soñemos.

Descansemos…

sábado, 9 de octubre de 2010

Comienzos


La primera vez que la vio, ella se acercaba con paso firme, caminando despreocupadamente junto a una amiga con el brazo en cabestrillo. Tenía la mirada escondida y una sonrisa alegre. Se sentaron a su mesa y apenas intercambiaron unas cuantas palabras. Poco a poco, cada tarde, esperaba a que apareciese. A veces lo hacía, otras no.

El aire olía a cenizas de la noche de San Juan y antes de que el verano se hubiese instalado por completo, comenzó el primer baile del cortejo. Eran tardes de ocio y conversación en las que merendaban miradas fugaces y sobre las que se cernía la promesa de un beso que aún estaba por darse. Ella no sabía que ya le gustaba pero él no ocultaba lo mucho que ella le atraía.

Consiguió llevarla en moto por carreteras secundarias, acampar junto a su tienda, robarle el sentido junto a una hoguera y despertarla con un beso casi al amanecer. El quería probar si funcionaba. Ella se temía que lo haría.

Todo era perfecto. En el enamoramiento tonto de los primeros meses, siempre se exhibe la mejor mercancía en el escaparate y se reservan los artículos con tara en el interior para las rebajas. El tiempo pasa, la gente cambia y el amor es eterno, mientras dura.

Hoy poco queda ya del joven aventurero y de la estudiante. Él sigue teniendo moto. Ella sigue aprendiendo.

martes, 5 de octubre de 2010

Take a walk on the wild side

Se despertó sobresaltado en mitad de la noche. Intacto, en su memoria, el sueño que se venía repitiendo desde hacía ya varios años. No recordaba cuándo había empezado a tenerlo ni porqué no conseguía librarse de él de manera definitiva. Al sobresalto, seguía a menudo una breve sensación de disconformidad dado que aunque por fin se había terminado, tenía la absoluta certeza de que volvería a soñarlo.

La penumbra en la que estaba sumido el cuarto le facilitó la siempre difícil tarea de abrir los ojos y verificar, no sin cierto alivio, que una vez más, sólo se trataba de un sueño.

El letrero de neón de la cafetería de enfrente iluminaba intermitentemente su rostro avejentado, acentuando los surcos que bordeaban sus ojos, por fin abiertos. Poco a poco, fueron haciéndose al cuarto alquilado en el que acaba de despertar, recorriendo sus paredes amarillentas y deteniéndose, de vez en cuando, en algún objeto que llamaba su atención.

Se encontraba explorando la estancia cuando al otro lado del ventanuco, amanecía perezosamente un día teñido de azul y salpicado por nubes esquivas. Miró el reloj despertador con la esperanza de que éste impusiese un poco de orden en su vida caótica pero el aparato ignoró su mirada suplicante y le respondió con una canción de Lou Reed. Eran las 7.30…