Sólo a mi se me ocurre querer comprar una radio despertador. Tenía que hacer un regalo y pensé que era buena idea así que al salir de trabajar y antes de comer, me dirijo a unos grandes almacenes. Espero a que me atiendan y comienza la aventura. Tras decirle al dependiente lo que quiero, se queda mirando la vitrina. Eso ya lo he hecho yo y no funciona. Luego se pone a leer las cajas sin ningún disimulo, acercando peligrosamente la cara a la puerta de cristal. Eso también lo he hecho yo.
De repente señala uno de ellos y me dice que en ese se puede poner una foto. Fantástico, pienso en voz baja. Sigue mirando cajas cuando se gira triunfante sosteniendo uno en la mano y me dice que es el que tiene él y que las luces son de colores. En ese momento no sé si sacar un caramelo del bolso y dárselo o simplemente lamentarme por haber ido sin comer. Escojo la segunda opción y añado que es muy bonito pero que no es lo que busco. Algún mecanismo ha debido ponerse en marcha en su cerebro que decide abrir la vitrina. Bien, vamos avanzando. Pero no, espera, que ni sabe qué llave es, ni cómo se mete en la cerradura ni para dónde se gira. Pide ayuda y creo que es lo primero que ha hecho bien desde que empezó a atenderme. Abre la puerta, saca uno de ellos e intenta enseñarme sin éxito dónde se meten las pilas. Da igual, sólo puedo pensar en el bocadillo de jamón que llevo en el bolso.
Escojo uno que parece ser lo que busco, cansada, hambrienta, arrepentida… y él me pregunta si me importa que me dé el que está en la vitrina. Pues claro que me importa calamidad, tiene el precio pegado, está manoseado, lleno de polvo y te he dicho que es para hacer un regalo. Pero aunque no tengo fuerzas para decírselo, debe de notárseme en la cara la crispación así que afirma que tiene que ir al almacén. Ahí ya concluyo que he hecho mal, que una colonia siempre es un buen regalo. El chico tarda, y yo miro el reloj, abro el bolso para comprobar que sigue ahí el bocadillo y veo venir a lo lejos al dependiente con las manos vacías. No me dice nada, ni yo a él. Vuelve al almacén acompañado por una compañera y no transcurren ni dos minutos cuando regresan con uno en la mano. Tengo ganas de abrazarlo.
Mientras me cobra, pienso en cuándo llegaré al coche y podré ocuparme del bocadillo. Me lo envuelven para regalo y me voy con la bolsa en la mano pensando que he superado la prueba, que he estado muy bien y que me alegro de no haber perdido los nervios. Pero cuando por la noche hago entrega del regalo, le ponemos las pilas e intentamos sintonizar las emisoras, descubrimos que no hay rastro de la radio. Me han vendido un despertador, sin más. Ni fotos, ni luces de colores, ni Cadena Dial. Es un despertador.
Mañana voy a devolverlo. Por supuesto, después de comer.